Su padre no la dejaba salir. Ni a ella, ni a sus hermanas. Era un hombre estricto y recio, con un bigote negro azabache bien poblado. Sus ojos verdes, tan oscuros como las hojas de un pino, eran muy expresivos. Ella temía verle enojado, por lo que prefería no preguntar más. Si había alguna celebración en el pueblo, tenía prohibido asistir, por el simple hecho de ser mujer.
“Las mujeres pertenecen a la cocina”, le repetía continuamente.
Así pasaron los años, hasta que llego el día en el que ella ya pudo valerse sola. No lo pensó dos veces. Isabel decidió tomar otro camino, y partió a la Ciudad de México…
(Andrea Arzaba, Febrero 2012)
Valiente.