En México se habla poco sobre las manifestaciones en Estambul. Las personas a mi alrededor comentaban sobre la manera en la que los jóvenes turcos estaban protestando para defender a un parque, para evitar que se construyera un centro comercial en su lugar. También se hablaba sobre las medidas violentas utilizadas entre los policías y los manifestantes, como el uso de gas lacrimógeno. Y hasta ahí quedaban las conversaciones de sobremesa.
Sin embargo, tuve la oportunidad de vivir una versión de esta historia que no aparece en las noticias, ni en los grandes medios de comunicación. Viví en carne propia una noche que no puedo borrar de mi mente, en donde el miedo, la admiración y la adrenalina estuvieron acompañándome por varias horas.
Durante mi estancia en Estambul el mes pasado, al finalizar un proyecto de comunicación y cambio climático en el que fui seleccionada para participar, una amiga turca me invitó a hospedarme con ella por unos días. Su nombre es Neslihan y ella es una chica de 28 años de edad, que después de estudiar una licenciatura en Farmacia, logró ahorrar y poner su propio establecimiento. Nesly, como le llamamos sus amigos, gusta de leer, meditar, tomar buen café turco y también ayudar como voluntaria a varias organizaciones no gubernamentales locales.
Una noche como ninguna otra
Durante la primera jornada que pasé con Nesly, ella me confesó que tenía una actividad reciente, de la cual su familia no estaba enterada– ya que esto les causaría mucha preocupación, y que estaba realizando desde que comenzaron las protestas. Ella, junto a un grupo de amigos, iban cada noche a ayudar a aquellos civiles inocentes que eran afectados por el gas lacrimógeno en el centro de la ciudad.
Me invitó a acompañarla a su actividad nocturna ese día. Sábado por la noche. Decidí aceptar su invitación – ¿Qué tan grave podría ser? Alrededor de las 8 de la noche nos trasladamos a la plaza Taksim (lugar en donde estaban sucediendo las protestas). En el camino nos alcanzaron sus amigos. Uno de ellos me dio una mascara anti-gas, “Vas a necesitarla”, me dijo. Tomé la máscara de sus manos y la guardé en mi mochila mientras seguimos caminando. Creí que sus amigos eran unos exagerados. “Seguramente me la dio solo para que el no la cargara”, pensé.
Pasaron pocos minutos, caminamos alrededor de 3 o 4 calles cuando de pronto, comencé a escuchar un alboroto. Mi turco se puede resumir en “merhaba”(hola) y “teşekkürler” (gracias), por lo que no entendí lo que la gente gritaba. Mi amiga me dio la mano rápidamente y solo me dijo “corre y no me sueltes”. Nunca olvidaré lo que vi, decenas de jóvenes corriendo, dirección contraria a la que iban caminando a un principio, gritando, cubiertos ya sea con pañuelos o con máscaras anti-gas.
“Ya están lanzando el gas”, gritó mi amiga. Entonces, en cuestión de segundos, estábamos adentro de un edificio, en una calle que colindaba con la plaza. No se veía nada pues habían apagado todas las luces para que el local pasara desapercibido. Solo se escuchaban murmuros. Había una gran ventana en donde se podía ver a la gente afuera, corriendo, y a su alrededor gruesas líneas blanquecinas que dejaban los disparos del gas lacrimógeno. Todo esto sucedía a menos de un metro de mi. Gritos ensordecedores afuera del edificio. Me sentía confundida ¿Por qué nosotros estábamos adentro, mientras que los demás seguían corriendo? ¿Por qué fuimos tan afortunados para encontrar un refugio?
Pasaron algunos segundos y prendieron la luz. Era un cuarto grande, más bien una oficina con escritorios que había sido adaptada para ser una pequeña enfermería. Habían medicinas, gasas, suero, agua, una camilla y varios protestantes en silencio. Mi amiga me explicó que este era uno de los tantos refugios en donde llevaban a la gente que se quedaba en las calles, inmóvil, afectada por el gas. Ellos iban a recogerlos y los traían a este lugar para darles primeros auxilios. Al mismo tiempo que me lo explicaba, vi como varios jóvenes entraban a la oficina, con un niño cargando y una señora adulta del brazo. Ambos estaban afectados, no podían abrir los ojos. El niño lloraba desconsoladamente. Al parecer, solo estaban de compras.
Aquella imagen me partió el corazón.
Mi amiga rápidamente se movió al lado de la señora para ayudarle, diciéndole algunas palabras de consolación en turco. Continuaron entrando más personas, jóvenes que estaban protestando sin ninguna protección, hombres y mujeres que habían sido afectados por las balas de plástico y que venían sangrando, o simplemente gente que iba a comprar un helado, o que estaban de visita en el centro de la ciudad, y que estuvieron en el momento y lugar incorrecto; todos ellos con los ojos llorosos, con partes del cuerpo sangrando o incluso, algunos otros inconscientes. La mayoría traían a su lado a algún acompañante, quien preocupado, iba detrás de ellos. Muchos otros estaban solos.
Me quedé durante varias horas en aquel lugar, esperando a que mi amiga terminara su jornada. Yo observaba como la gente entraba lastimada, cegada y con mucho miedo. Pasaban los minutos y las horas, y salían mucho más tranquilos. Me sorprendió la manera en la que se formó un grupo solidario, de farmacéuticos y estudiantes de medicina, quienes dedicaban sus noches de sueño, y sus conocimientos en medicina, para ayudar a aquellos desprotegidos.
“Mucha gente inocente es la que esta siendo afectada y no puedo pretender que no los veo o no los escucho”, me dijo mi amiga en un momento que se quedó a descansar. Era casi media noche y justo comenzaba la jornada de su cumpleaños. Ella me dijo que no había mejor manera de pasar un cumpleaños que dedicándolo a su gente. Yo simplemente la escuchaba con admiración.
En algún momento intenté sacar mi cámara para documentar aquel refugio, y a aquellas personas que ayudaban a los afectados, sin embargo, en cuanto la saqué de mi bolsa todos me señalaron. Me ordenaron severamente que la guardara, ya que su identidad debía quedar en completo anonimato.
“Tenemos miedo a que nos identifiquen. Esto lo hacemos por ayudar a las personas, no por alguna ideología poítica”, me dijo uno de los doctores que recibía a todos los afectados en la puerta. Decidí respetar su anonimato y volví a sentarme en la silla en donde estaba. Continué observando. Durante algunos momentos jóvenes que hablaban inglés se sentaban a mi lado, dándome sus razones por las que se encontraban ayudando en las protestas.
Testimonios:
Samet, un joven de 21 años, estudiante de medicina, me dijo que estaba ayudando a los afectados del gas ya que quería demostrar que “los jóvenes protestantes no son terroristas, sino gente común que se interesa por el bienestar de los habitantes de Estambul”.
Un ingeniero, que se encontraba ayudando como voluntario porque su hermano era el estudiante de medicina, de alrededor de 30 años, me comentó que para él lo más impresionante había sido el uso de redes sociales durante las protestas. “Pides gasas, o se te acaba el alcohol, o el jabón, y lo pones en Twitter. No pasa más de una hora cuando ya tienes lo que necesitas. La gente se solidariza, es impresionante la manera en la que se han organizado”.
Otra joven, una azafata de nombre Deniz, acompañante de uno de los afectados por el gas, también se sentó junto a mi por unos minutos. Después de hablar por teléfono con la madre de su novio (el afectado por el gas), me dijo que las protestas habían comenzado por el parque, pero que ahora ellos protestaban porque “estaban cansados de vivir con miedo”.
Casi al finalizar la noche, otra acompañante de una mujer que había sido víctima del gas, me confesó que ella no tenía posicionamiento en las protestas, pero que la manera en la que los policías atacaban indiscriminadamente “no podía ser tolerada”. Al parecer ni ella ni su acompañante eran protestantes, simplemente pasaban por la zona.
Creo que nunca volveré a ser la misma después de vivir aquella experiencia en Taksim. Lo que más me sorprendió fue la solidaridad de este grupo de estudiantes y jóvenes profesionistas turcos. La manera en la que, todos ellos voluntarios, dejaron atrás sus creencias religiosas e incluso sus preferencias políticas, simplemente para ayudar a los desprotegidos. A los ciudadanos que más lo necesitaban en aquel momento.
Para mi, ellos son los verdaderos héroes de las protestas en Gezi.
(Andrea Arzaba)
* 5 de agosto del 2013: Mi amiga Nesly me ha comentado que dejó de realizar sus actividades como voluntaria en Taksim, al igual que sus amigos, ya que en los últimos días se han tomado medidas más fuertes contra los jóvenes manifestantes y son decenas los que han sido arrestados.
Es la realidad de toda revolución: hay cientos de personas que participan de manera anónima y desinteresada.
Alguna vez, en otros tiempos del Perú, tuve la experiencia de pasar cerca de donde la policía había lanzado gases lacrimógenos. La sensación de no poder respirar, el miedo,. la incertidumbre y la sensación de no saber a dónde correr se mezclan con el resultado de una desesperación sin nombre. Es verdaderamente terrible.
muy valientes jóvenes, arriba el trabajo voluntario!!!